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03 agosto 2007

Manzanas verdes

Pensé en las todas las excusas posibles para que ella desapareciera en ese instante de la fiesta. Pensé en que podía caer por las interminables escaleras de mármol mientras se emborrachaba o mientras su fiel acompañante la abandonara un instante mientras iba al baño. Pero, él no la dejó un sólo minuto sola. La paseó por todo el evento como quien se hace el humilde con su logro.

Sonreí ante cada idiotez que reproducía. Mientras, el sexo opuesto festejaba cada uno de los comentarios de la nueva-vieja adquisición de aquel caballero.La noche se alargaba en cada una de las sílabas que ésta pronunciaba. Cada vez eran más mis ganas de que desapareciera. Tenerla ahí se hacía más y más insoportable y ya, no sólo para mí. Los señores empezaban a comprender que esta nueva-vieja atracción poco tenía de nuevo.
Hasta su dueño empezaba a percibirlo.

Ey, viste los cuadros esos que están en la galería del fondo. Son geniales. Tienen un movimiento increíble ¿Querés que vayamos a verlos?-dije sabiendo que no podría resistirse a la intriga.
Me esperás, ahora vuelvo. Voy con ella a ver los cuadros. No sabía que estaban. Vuelvo enseguida.-Le dijo él, convencido de que no tardaría más que unos minutos.

La galería era angosta. Bastaron unos segundos para que lo comprobáramos. Había pocas maneras de que pudiéramos pasar los dos. El que quedáramos enfrentados o uno a espalda de otro era casi una posibilidad instintiva. Inevitable. Perdí de vista las pinceladas colgadas en la pared húmeda de la galería en el preciso momento que sentí su aliento cerca de mi cuello. Recuerdo como uno de sus dedos casi invisibles se acercó a una de las pinturas.

-Mirá pareciera como si hubiese dos personas enroscadas ahí ¿No te parece?

Creo saber que sus palabras se superpusieron con mi giro hacia su cuello. Aferré cada uno de mis besos en su piel nueva (nunca jamás he vuelto a sentir una piel tan suave). Entre un enredo angosto de colores e interjecciones determinamos que era una excelente muestra.
Palabras con las que diez minutos más tarde convenció a su chica-vidriera, que el no detenerse en cada una de esas pinceladas era imposible. Asentí con una firmeza académica e impecable.
Vamos, amor.-Sonó la voz de él como un último llamado.
Sí-dijo ella.
¿Te llamo así vamos a ver la próxima muestra?¿Te parece?-Le dije.
No dejes de llamarme-Dijo él.

No hubo necesidad de que ella desapareciese, ella nunca había estado ahí.