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28 marzo 2008

Encuentro

A mis Ellos: los que me creen y a los que les creo.

Ya pasó. El sol sigue azotando la ciudad y la lluvia recién despertó hoy en la tarde. Ese es el trágico destino de los que quedamos en la ciudad mientras el mar baila con las almas elegidas. En fin, es sólo eso. Nos engañamos convenciéndonos de que nos quedamos por tal o cual razón y de ese modo parece todo doler menos. Pero extrañamos siempre extrañamos más los que nos quedamos, que los que se van.
Empezó a llover hace un rato. El viento nos ilusiono pero sólo acarició la lluvia. El ritmo muerto de la ciudad continúo en otros colores. Él trabaja y yo escribo, escapando de una excursión involuntaria a los indios ranqueles. Seguramente Mansilla ha disfrutado mucho más de lo que yo disfruto de sus letras. Esto se debería a una doble razón: él ha sido el protagonista de sus epístolas y en segundo término, es un ser altamente narcisista, hubiese escrito así se hubiera tenido que leer él mismo. No hay más. Esto es más tentador, me escapo por detrás de la tienda de Mariano Rosas y que Mansilla delire con su aguardiente; yo para eso tengo mis letras.
E S C R I B O D E S D E P E Q U E Ñ A .
Me he hartado de escuchar la pregunta retórica de por qué escribo. No hay respuesta, no sé hacer otra cosa, no sé vivir de otro modo. Tal vez lo haga mal.Ese no es inconveniente mío. Siempre he creído que la humildad consiste en reconocer lo que uno es, yo soy una escribiente (para no ofender a los críticos resentidos con el término “escritora”).
Me he encontrado en el mundo “arrojada “como dice el Sr.Rousseau.
Mi amigo dice que él tiene una antena y que yo también. A veces creo que el agua la moja y no capta. No obstante a veces capta más de lo debido y podría tener problemas con la Iglesia, también.
Creo que es hora. Tal vez sea el único momento en el cual pueda bajarme del mundo antes de matarme. Este es mi diario. Naderías de mi historia.
nota: Generalmente no publico cosas así. Pero, lo encontré y quise compartirlo.

02 marzo 2008

Reencarnación

Siempre envidié los ojos de mi abuelo. Eran de un color turquesa casi transparente. Idea difícil de describir. Creo que sólo pueden entenderlo aquellos que lo conocieron o que trajeron en sus palmas los colores de las aguas de Río de Janeiro. Las aguas de sus ojos siempre me canturreaban no obstnate, había tras de ellos un feo sonido a sirenas que me trababan a terminar de zambullirme. Esos ojos tenían la misma intensidad que la tristeza. Nunca jamás, supe el motivo de aquella angustia convidada. Nunca, a pesar de mis incontables hipótesis por descubrirla.
Cada vez que lo miraba, veía unas aguas profundas que se movían pero, en el borde de sus ojos, unas aguas calmas y saladas, siempre, estaban a punto de desbordar. Cuando era pequeña pensaba que de un momento a otro se largaría a llorar o a llover, como nos dicen de infantes. Con el tiempo descubrí que eso nunca iba a pasar, que esas aguas se habían acostumbrado a vivir al borde, s i e m p r e r o z a n d o l a s o r i l l a s s i n d e r r a m a r u n a s o l a g o t a. S i e m p r e a p u n t o.
Casi veinte años más tarde, pienso que la voz popular siempre es sabia: la envidia nunca es buena. Debo de haber envidiado tanto aquellos ojos que éstos parecen haber encarnado en los míos.Entonces, desde hace un tiempo, mis aguas (que no son del mismo color que las de él) se acostumbraron a vivir al borde, s i n d e r r a m a r u n a s o l a g o t a. S i e m p r e a p u n t o.